El cielo se tornaba color naranja y el sol se ocultaba ya, gaviotas que se veían como puntitos negros en el aire en dirección al cálido atardecer, una playa con muchas parejas divisando el majestuoso san set, la arena tibia que paso a paso se metía entre los dedos de sus pies. Era Eduardo, caminando con una mano en el bolsillo y la otra sosteniendo sus sandalias, mirando con la cabeza baja como sus pies se hundían en el asperón. Al llegar al muelle sacó un lapicero y una hoja, se sentó al borde mirando como las olas rompían con furia antes de llegar a la orilla. Escribió.
“Hoy te fuiste lejos de mí y no pude hacer nada por detenerte ya que no sabía de tu viaje, no hubo una despedida y eso me hace pensar que aun estas aquí conmigo. No pude decirte lo siento, perdóname por todas las que te hice pasar, perdóname por todo el sufrimiento que te causé, tu no merecías que te trate así. Fuiste una de las personas más importantes en mi vida, me enseñaste a ser paciente, a luchar por algo que quería, me enseñaste a amar y a odiar, a reír y también a llorar, aprendí a valorarte hoy, cuando ya estas lejos de mí. No sé si podre soportar tu ausencia, no sé cuando regresaras, no sé si algún día leas esto, no sé si aún me odias, no sé si aún me amas, no sé qué hare sin ti, no sé si te volveré a ver. Esta incertidumbre me carcome el alma y siento como si el corazón fuese a estallar en mil. Como quisiera retroceder el tiempo para verte una vez más, para rozar mi mano sobre tu mejilla y atracar en esas lindas orejitas de ratón, ¡Mierda! Como te extraño, de verdad fui un tonto y más que tonto, fui un estúpido. De algo que si estoy seguro es que si bajo a este enfurecido mar las olas me golpearan con todas sus fuerzas hasta noquearme o quizás hasta matarme, pues fuiste tú la que me trajo a este hermoso lugar y me dijiste que amabas la preciosa vista del atardecer y lo pasivo que era el mar cuando tú estabas aquí justo donde estoy sentado ahora, quizás el mar está furioso por estar sentado en tu lugar. “Vamos a ver el charquito de agua gigante” decías cuando querías venir a pensar.
Solo me queda esperar que donde quiera que estés seas feliz. Fuera quedo mi egoísmo, mi maldito egoísmo de querer tenerte solo para mí, de alejarte de todos tus amigos por mis estúpidos celos, de obligarte a hacer lo que yo quería que hagas, ¡Por Dios que idiota fui! Siento dentro de mi pecho un hormigueo que sube por mi garganta, recorre mis mejillas y llega a mis ojos un líquido salado que todos llaman lágrimas, lágrimas que se las lleva el viento y espero caigan en el inmenso mar para que se mezclen con él y sepa que estoy muy arrepentido por tratarte tan mal. Ojala, cuando vayas a cualquier otro muelle y veas el mar, este te cuente que me vio llorando y puedas pensar en mí.
Cierro mis ojos y veo tu rostro sonriente, mirándome y diciendo que estas bien en ese viaje sin retorno al que te fuiste. Te prometo, o mejor aún, te juro por este amor que siento en mí ser llevarte esta carta donde quiera que estés, juro que te encontraré porque desde ahora solo caminare hacía donde te gustaba ver, hacía el horizonte. Ahora se porque te gustaba venir acá, porque este aire puro, el sonido del mar y la hermosa vista te hacían pensar mejor. Sé que te fuiste de una manera apresurada, ahora comprendo que ese cáncer te alejó sin tener nada personal contra mí, pero fue demasiado rápido y no me dio tiempo de subsanar mis errores; gracias a este muelle y este mar he podido notar que si te volveré a ver, no en este mundo, pero si en la eternidad.”
El sol se había ocultado por completo, la oscuridad no dejaba ver nada frente a él, solo se escuchaba un tranquilo mar. Eduardo se paró, dobló la hoja en cuatro y la guardó con el lapicero en su bolsillo, se puso las sandalias y empezó a caminar hacía el horizonte.